Gestionar las emociones no es algo fácil ni que se logre con improvisación. Son muchas las personas que llegan a mi pidiéndome que les ayude a “controlar” o incluso «eliminar» sus emociones. Ya que consideran que son algo negativo para ellos porque les bloquean e impiden conseguir sus objetivos.
Mi respuesta a esta petición es siempre la misma. No se trata de controlar las emociones. Y, ni mucho menos, de eliminarlas. Más bien, se trata de entenderlas y aprender a usarlas a tu favor. Para ponerlas tu servicio y conseguir con ellas la conquista de tus objetivos.
Para lograrlo, quiero explicarte la diferencia entre controlar y gestionar las emociones.
Podemos definir el “control”, como dominio, mando o preponderancia sobre alguien o algo. Es decir, nos estamos posicionando por encima de ese hecho que queremos limitar o dominar. Por el contrario, la “gestión” se define como la acción o efecto de administrar.
Dicho en otras palabras, cuando intentamos controlar las emociones, queremos dominarlas o mandar sobre ellas. Y, eso, puede llevarnos a su negación. Sobre todo, cuando hablamos de esas emociones que llamamos “negativas”. Mientras que cuando las gestionamos, las observamos para poder transmutarlas, si queremos.
Para llegar a eso, es importante saber que las emociones tienen una finalidad en nosotros. Y que son la manifestación física de un pensamiento. Conocer su finalidad y lo que cada una de ellas nos quiere decir, nos da el poder para ser capaces de administrarlas. ¿Cómo? Potenciándolas o cambiándolas, en función de la situación en la que nos encontremos.
Aprender a controlar las emociones
Veamos un ejemplo que puede ser útil. Imagínate que acabas de sufrir una pérdida. Una pérdida del tipo que sea. Tanto por la muerte de un ser querido, como por un despido o una ruptura sentimental. La mayoría de las personas se sienten tristes ante esa circunstancia. Y, esa tristeza se manifiesta a través del llanto, la desmotivación, la imposibilidad para concentrarse, angustia y nerviosismo. Como ves, he enumerado un montón de “síntomas”, aparentemente desagradables, que impiden que pueda llevar una vida normal.
Querer controlar esa tristeza, hará que la persona paralice de alguna manera el proceso de duelo. Que, dicho sea de paso, es necesario e imprescindible desarrollar para poder superar esa pérdida. Y ¿qué hará?, en algunos casos inhibirá las ganas de llorar, evitará quedarse solo para no tener que pensar en eso que ha perdido. Se forzará a aparentar que “está bien». En definitiva, negará por fuera todo lo que siente por dentro. Y esta incoherencia terminará pasándole factura. Porque, reconozcámoslo, fingir constantemente es agotador.
Yo siempre utilizo la misma metáfora. Imagina una bañera con el tapón puesto y el grifo abierto. El agua sale y sale pero no tiene vía de escape, no puede drenar por ningún sitio. Llega un momento en el que una sola gota hace que el agua se desborde y se inunde el baño. Con las emociones pasa lo mismo. Si no dejas que drenen, si no las dejas fluir. Te desbordan y se apoderan de ti. Cuando eso ocurre, es el momento en el que te pones a llorar en los lugares más insospechados; ya sea una entrevista de trabajo, una reunión empresarial o una cena con amigos. Entonces, te sientes preso de esa emoción y empiezas a creer que ella manda sobre ti.
Aprender a gestionar las emociones
Veamos ahora qué pasaría si ante la misma situación, en lugar de intentar “controlar” la tristeza, decides “gestionarla”.
En este caso, realizarás un ejercicio de observación y permitirás que te inunde y que fluya en ti, permitiéndote así observar y expresar aquello que sientes. Es posible que tengas ganas de llorar y lo hagas. Que no tengas tantas ganas de realizar actividades y te permitas descansar. O, incluso, quieras pasar más tiempo a solas. La finalidad de la tristeza es aceptar las pérdidas y aprender de ellas. Por eso, permitirte sentirla te ayudará a salir de la propia tristeza. Y, dependiendo de la situación que hayas experimentado, aprender y salir reforzado.
En este punto es cuando surge la incertidumbre pensando que si nos permitimos estar tristes, ya jamás volveremos a sentirnos bien. Pero… ¡nada más lejos! Puede resultar algo incómodo y seguro que te saca de tu zona de confort. Sin embargo, es el único camino para poder analizar qué es lo que sucede en ti. Qué pensamientos asociados lleva esa emoción y qué puedes hacer para transformarlos.
No es sencillo ni fácil. Pero, sin lugar a dudas, es la clave de la Inteligencia emocional y sus resultados son para toda la vida. Al principio te costará, pero sé paciente, porque puede ayudarte a cambiar tu vida. Poco a poco, irás aprendiendo a gestionar tus emociones y su intensidad irá bajando. Y recuerda que… “aquello a lo que te resistes, persiste”.
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