Las expectativas que nos creamos en relación a la realidad que vivimos y a las personas que  nos rodean pueden resultar muy peligrosas. Ya que, cuánto más alejadas de la realidad estén, más sufrimiento o decepción sentiremos nosotros «gracias» a ellas.

“Hoy es mi cumpleaños y seguro que Roberto viene a buscarme con un gran ramo de flores y ese bolso que le he dicho tantas veces que me gustaba”.

“Llevo muchos años haciendo un gran trabajo para esta empresa y, sin duda, voy a conseguir ese puesto”.

“Mi hijo es un gran estudiante y no va a suspender”.

Desde el momento en el que son las expectativas las que definen cómo debería ser nuestra vida, perdemos la independencia y el disfrute del momento presente. Y nuestra mente/ego toma el control.

Cuando esto ocurre, pasamos a estar gobernados por lo que creemos que tiene que ser la realidad. Por lo que creemos que tienen que pensar las personas que nos rodean. Por lo que  creemos que tienen que sentir o hacernos sentir… Y, es en ese momento, cuando nos olvidamos de vivir y experimentar la realidad. Entrando como en una especie de “sueño distorsionado” sobre la otra persona o situación.

Las expectativas son, por tanto, creencias, ilusiones o deseos que se han generado en nosotros en base a una serie de factores como pueden ser, nuestros valores, la educación que hemos recibido las experiencias pasadas.

A priori, generar expectativas sobre lo que debería suceder puede predisponernos a que pase. Es lo que, en psicología, se denomina  “Efecto Pigmalión”. Este concepto está basado en el mito griego de Pigmalión. Un escultor que se enamoró de la estatua que había esculpido. Le pidió a los dioses que cobrara vida. Y, los dioses, se lo concedieron.

Es decir, hay veces que, cuando tenemos este tipo de pensamientos, actuamos en favor de su cumplimiento. Impulsando, por tanto, la consecución de estos hechos y que se logre lo deseado.

Sin embargo, en  la mayoría de ocasiones, las expectativas suelen estar vinculadas con la decepción y la frustración. Porque asumimos que estas ilusiones, creencias o deseos son verdades absolutas y hechos que van a ocurrir. En vez de sólo probabilidades. Es entonces, cuando la realidad choca frontalmente con las expectativas generadas. Y, al no hacerse realidad, nos hundimos o enfadamos. En este caso, lograr el cambio está en tu mano.

Cómo frenar el poder de las expectativas sobre nosotros

1.- Si quieres que algo ocurra, haz que ocurra. Toma la iniciativa y responsabilidad de hacer que las cosas sucedan. Sé proactivo y da pequeños pasos que te ayuden a conseguir eso que anhelas o deseas. A medida que vayas avanzando, la seguridad en ti mismo y en tu capacidad de conseguir tus objetivos aumentará.

2.- Disfruta el presente. Las expectativas están creadas de pasado proyectado hacia el futuro y por lo tanto, son limitadas y nos quitan nuestra libertad. Puesto que nos impiden vivir la realidad que tenemos ante nosotros. Céntrate en el ahora para poder mirar hacia el futuro sin ningún tipo de ataduras que frenen tu avance.

Retomando el ejemplo de la pareja que mostré al principio de esta publicación. Si nos dejamos llevar por la expectativa que tenemos sobre lo que nos tiene que regalar. Y éste pensamiento choca frontalmente con la realidad porque, en lugar de regalarnos el bolso deseado nos han comprado una pluma, posiblemente terminemos estropeando un fantástico momento de cumpleaños. Ya que nuestra decepción nos impedirá seguir disfrutando de la celebración. Además, provocará un conflicto con la pareja y nos sumirá en un enfado o la tristeza. En definitiva: un desastre que podía haber sido evitado.

Para evitar todo esto, vive el aquí y ahora. Aprende a manejar la realidad cuando esta ocurra. Y, recuerda aprovechar siempre cada una de las oportunidades que la vida te ponga delante.

Quizás las cosas no salgan como esperamos. Pero, ¿qué te hace pensar que eso va a ser peor?

¡Deja que la vida te sorprenda!

 

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