Todos los padres han escuchado, en alguna ocasión, que no es recomendable proteger en exceso a los hijos. Sin embargo, pocas veces conocemos realmente las consecuencias que tiene sobreproteger al adolescente.

Cuando hablamos de protección, nos referimos a un instinto innato en el ser humano. Con el que se pretende evitar que una persona, o cosa, sufra algún daño. Por lo que, en principio, la protección de nuestros hijos es algo vital para los padres.

Hasta aquí todo perfecto.

Sin embargo, cuando esa protección se convierte en sobreprotección o hiperprotección, la cosa cambia. Porque se pierde el componente enriquecedor y de desarrollo que tiene. Dejando paso a un efecto altamente contraproducente y limitante para los hijos.

Así, colmar a los hijos de regalos, cuidados y atenciones. Cumplir todos sus deseos, incluso antes de que los manifieste, y alabar en exceso sus cualidades físicas o intelectuales son formas de sobreprotección. Y, aunque partan de una intención positiva por parte de los padres, las consecuencias que tendrán en sus hijos no lo son tanto.

Con independencia del nombre que se les de a este tipo de padres ( “padres helicóptero”, “padres bocadillo”, “padres manager”) estos son sus comportamientos más habituales:

  • Suelen imponer a sus hijos unos límites demasiado estrechos. Porque temen por ellos y no confían en sus capacidades
  • Están excesivamente preocupados porque sus hijos no caigan ante los posibles peligros que puedan encontrar en su vida.
  • Su intento por evitarles cualquier mal hace que vean constantemente amenazas en lo que les rodea. En la adolescencia por ejemplo, suelen ser padres que prohíben a sus hijos ciertas amistades por encontrarlas perjudiciales o malas influencias.
  • Suelen sustituirles en casi todo.De forma que les niegan el derecho a equivocarse ya que se lo dan todo mascado, hecho y trillado.

 

 Algunas de las consecuencias que tiene sobreproteger al adolescente

Pese a estos comportamientos, la intención de estos padres que llegan a sobreproteger al adolescente no es negativa. Al contrario, probablemente, si les preguntásemos, ninguno de ellos sentiría que está sobreprotegiendo. Porque, en general, su intención es evitar que sus hijos adolescentes cometan los mismos errores que cometieron ellos. O buscan ayudarles y allanarles el camino en una época convulsa y llena de cambios.

Sin embargo, el mensaje que reciben los hijos es totalmente contrario. Cuando el padre dice “tranquilo, yo lo hago por ti”, el hijo interpreta: “lo hace mi padre porque yo no soy capaz de hacerlo solo”.

Un adolescente sobreprotegido no ha aprendido a valerse por sí mismo, a decidir ni a desarrollar sus habilidades. Por lo que se convierte en sujeto pasivo. Que esperan a que sean sus padres u otras figuras las que decidan por ellos y resuelvan sus problemas. Carecen de competencias y habilidades sociales para madurar y relacionarse con sus iguales y les cuesta ser autónomos, aceptando la responsabilidad de sus  actos.

Como no confían en sus posibilidades, se desmoralizan y se sienten desvalidos. Entonces, pueden llegar a transformar sus debilidades en exigencias. Por lo que  pueden acabar convirtiéndose en auténticos tiranos para con sus padres, cuando éstos no les resuelven los problemas.

La sobreprotección aumenta el miedo en los adolescentes. Y, les hace más dependientes de otras personas, ya sean amigos o parejas.

Como psicóloga y coach, en la consulta, suelo poner siempre el mismo ejemplo a este tipo de padres. Cuando me dicen que a ellos no les importa que su hijo “dependa” de ellos, les pregunto si tampoco les va a importar cuando “dependan” de sus nuevos novios o novias para tomar decisiones.

¡Ahí, lo ven con claridad! Porque son capaces de ver el efecto real que sus comportamientos provocan en sus hijos.  A ninguna madre le gusta que su hijo se deje “mangonear” por su novia. Tampoco, que su hija “actúe según le dice su novio”.

Nuestro cometido como padres es ayudar a nuestros hijos a crecer y convertirse en adultos independientes, sanos y emocionalmente inteligentes. Y, para ello debemos aceptar que tendrán que sufrir, equivocarse, caerse y levantarse. Nosotros estaremos a su lado para acompañarles. E, incluso sostenerles en algunos momentos. Pero no para evitarles las situaciones que les toque vivir.

Gracias a las caídas, los fallos, las equivocaciones, las perdidas y las frustraciones, nuestros hijos aprenderán a ser responsables de sus actos. A ver sus puntos fuertes para potenciarlos y sus puntos débiles para mejorarlos.

Además, conocerán cómo mantener una vida ordenada y a crear vínculos afectivos basados en el respeto, la tolerancia hacia la diversidad, la disciplina, el esfuerzo y la resiliencia.

Por eso, os invito a hacer un ejercicio de reflexión para que cada uno descubra qué tipo de padre es o quiere ser para su hijo. Pero, no poniendo el foco en nosotros los adultos. En realidad, muchas de las cosas que hacemos las hacemos porque no soportamos ver a nuestros hijos sufrir. Sino enfocándonos en ellos, en nuestros hijos. Y en lo que es mejor para ellos y su desarrollo.

Me despido con una frase que, personalmente, me encanta 🙂

 “Detrás de cada niño que cree en sí mismo hay un padre que creyó primero» (Mathew  L. Jacobson)

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