La relación entre padres y adolescentes nunca ha sido fácil. Temida por los primeros y esquivada por los segundos. Se ve afectada por los innumerables cambios que sufren los jóvenes en esta compleja etapa de su vida.

Durante los primeros años de la infancia, la familia es la organización grupal de pertenencia primaria. Es decir, es el primer grupo social con el que el niño entra en contacto. A través de este grupo, pone en práctica su capacidad socializadora. Al tiempo que aprende a comunicarse e interactuar con los demás.

El niño encuentra en su familia un espacio en el que desarrollarse emocionalmente. Para él, las figuras parentales son sus principales referentes. Y los que le ayudan a resolver los conflictos entre lo individual y lo social.

En el grupo-familia, cada miembro desempeña unas funciones y obligaciones para con el grupo. Creándose, así, unas leyes internas, unos vínculos y funciones. A través de ellos, se contribuye a la creación de un sentimiento de pertenencia e identidad.

Dentro del contexto familiar, esa identidad desarrollada por los niños necesita de una estabilidad. Basada en el control de las acciones y de las emociones proyectadas por los miembros familiares. Esto les permite mantener la cohesión grupal en momentos de crisis. Y, precisamente esta unidad familiar es la que peligra cuando el adolescente intenta gestionar los conflictos  que se desprenden de su nueva situación evolutiva

La trascendencia del grupo, en este momento del desarrollo evolutivo de los jóvenes, responde a la necesidad de éstos de encontrar su identidad en un momento de cambios en sus núcleos de pertenencia. Sobre todo, en la familia

La ruptura de la identidad familiar

Como ya he apuntado, la llegada de la pubertad de los hijos supone un fuerte impacto en la estructura familiar. Las nuevas dinámicas que los jóvenes introducen en el seno familiar son fuente de conflictos y modificaciones en todo el grupo. Especialmente, en la relación entre padres y adolescentes.

La individualización y el duelo por la pérdida de las imágenes parentales ideales son dos procesos que dominan las relaciones dentro del núcleo familiar.

Como es previsible, se generan cambios en la comunicación, en la actitud y en los comportamientos (intransigencia, reserva, reivindicaciones….). El joven necesita gestionarlos fuera del núcleo familiar. En un espacio que actúe a modo de zona de tránsito homogénea y cultural. Preservando, de esta forma, la unidad familiar y los lazos con las figuras parentales.

En contra de lo que los padres podamos pensar, es bueno para nuestros hijos adolescentes disponer de un espacio fuera del núcleo familiar. Allí, podrán elaborar, expresar y encontrar respuesta a todos esos nuevos comportamientos o pulsiones que empiezan a experimentar como consecuencia de su desarrollo evolutivo.

Con sus iguales, las diferencias no son tenidas en cuenta. Lo que les permite ritualizar su separación del seno familiar. Y, consolidar su futura identidad sexual, sin romper definitivamente con los vínculos infantiles.

De este modo, los padres debemos aceptar y permitir la transformación de los jóvenes. Entendiendo que este tránsito entre la estructura familiar actual, y la futura, es un paso evolutivo necesario. Que ayudará a nuestros hijos a asumir nuevas funciones adultas.

Por tanto, el grupo es necesario para la elaboración de su «yo adulto»

El vínculo grupal les va a proporcionar seguridad, reconocimiento social y un marco afectivo. En definitiva, un espacio fuera del dominio adulto en el que vivir las importantes transformaciones psicofísicas que experimentarán durante esta etapa de cambios.

Como ves, la la relación entre padres y adolescentes es muy compleja y está condicionada por este momento de crecimiento personal. Comprenderles, empatizar con ellos y respetarles será fundamental si se desea una comunicación óptima con el adolescente. ¡Haz la prueba!

Y, si tienes algún tipo de freno o dificultad, te animo a comentarme tu caso concreto. Como coach especializada en la adolescencia, seguro que podré ayudarte.

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