Gestionar las relaciones familiares adecuadamente es algo que lleva tiempo y no siempre se logra el objetivo buscado. Suelo decirle a mis clientes que la familia es como un equipo de trabajo en el que todos los miembros están interconectados. Y, si uno se mueve en una dirección, el resto también lo hace. Buscando, de nuevo, el orden y el engranaje de las piezas.

En este «equipo», como en cualquier otro, cada persona tiene tantos objetivos individuales como comunes al grupo. Y, aunque lo ideal es que todos los miembros que lo forman remen en la misma dirección, la realidad no siempre es ésta. En ocasiones, los intereses individuales, las etapas de desarrollo que se atraviesan y las tensiones del día a día, priman sobre el bienestar del grupo.

Es entonces cuando surgen los problemas y las buenas intenciones saltan por la ventana.

Sin duda, esta es una realidad de lo más habitual. ¡Nos pasa a todos! Sin embargo, cada vez que esto ocurra es necesario tratar de reconducir esas rencillas y mejorar el clima emocional familiar.

Mi «truco» para gestionar las relaciones familiares

Para gestionar las relaciones familiares adecuadamente, hay muchos trucos y ejercicios que puedes realizar. Hoy te voy a contar dos de los que yo más utilizo… y me funcionan.

El primero de ellos lo llevamos haciendo en casa desde hace años. Y ya forma parte de uno de nuestros rituales familiares. Lo llamamos “los tres tesoros”. Consiste en que cada noche, antes de dormir, cada uno tiene que decirle al resto las tres mejores cosas que le han pasado durante el día.

En este ritual de «los tres tesoros» hay dos normas innegociables.

1.- La primera es que sí o sí tenemos que encontrar algo positivo. Aunque hayamos tenido un día complicado. Siempre hay algo que se puede rescatar.

2.- Y la segunda es que, después de decirlos, ya no podemos recriminar a los otros nada negativo. Te preguntarás, por qué. El motivo es que, aunque hayamos discutido entre nosotros, o nuestro día no haya sido de los mejores, nos vamos a la cama con un buen recuerdo. Y con la sensación de que siempre hay algo positivo en nuestra relación.

Si tienes hijos (como es mi caso) puedes aprovechar este momento para reforzar aquellos comportamientos o actitudes que quieras que se perpetúen. Es una forma de practicar el refuerzo positivo.

Diálogo y comunicación. Ahí está la clave

Y, ¿qué pasa el resto del tiempo? ¿Cómo manejamos las demás situaciones del día a día?

En ese caso, nosotros hemos creado un espacio, antes de cenar, en el que  podemos comentarnos libremente los unos a los otros aquello que nos molesta o nos preocupa. Se trata de un tiempo en el que cada uno habla y los demás escuchan para que entre todos podamos encontrar soluciones constructivas.

Es el momento para centrarnos en aquello que nos preocupa. Y que no tiene por qué ser sólo de índole familiar. Puede tratarse de algo personal, académico o profesional. De esta forma, planteamos nuevas formas de mejorar las relaciones entre nosotros. Aprendemos a negociar nuevas normas (os recuerdo que mi hija está en plena adolescencia y ya sabéis lo que eso implica). Y, en definitiva, ir adaptando y engranando las piezas de nuestro equipo.

No os penséis que mi familia «es de libro». ¡Nada más lejos de la realidad! Como en todas las familias, en mi casa se discute y nos enfadamos. Y este ejercicio, que he comentado, no se hace a diario («los tres tesoros» si, eso está institucionalizado). Sin embargo, sí que sabemos que cuando uno lo necesita lo propone y el resto de miembros participa con un espíritu de colaboración y cooperación.

Como ves, encontrar el equilibrio para gestionar las relaciones familiares implica un esfuerzo por parte de todos los miembros de la familia. Te animo a poner en práctica «mis pequeños trucos». Seguro que te serán de utilidad en tu vida diaria. Y, si crees que necesitas apoyo personalizado para resolver alguna situación familiar complicada, solo tienes que contactar conmigo. Te aseguro que podré ayudarte a resolverlo.

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