Con demasiada frecuencia, reconocer el esfuerzo es algo que va intrínsecamente vinculado a un número o a una posición obtenida.

Del mismo modo hay momentos del año en el que es habitual hacer balances, revisión de objetivos, informes e, incluso, medir el valor profesional de las personas y los equipos a través de números, métricas y análisis de resultados.

Pero ahora, en este momento en el que vivimos, en el que la inteligencia artificial ha llegado pisando muy fuerte, quiero proponerte un punto de vista diferente. Un análisis de objetivos que no solo tenga en cuenta los datos, lo que se ve.

Algo que vaya mas allá. Y que analice, también, lo que no se ve: el esfuerzo.

La importancia de reconocer el esfuerzo que no es «numérico»

El esfuerzo sostiene lo que vemos.

Si me sigues, sabes ya que trabajo también con adolescentes. Cada día, escucho a padres y educadores quejarse de que los adolescentes no se esfuerzan. Que lo tienen todo a su alcance, de forma inmediata, sin tener que esperar y sin tener que esforzarse. Y estoy totalmente de acuerdo con esas afirmaciones.

Por eso, creo que es un deber de todos nosotros, darnos cuenta y valorar el hecho de que, detrás de cada objetivo conseguido hay una historia, unos pensamientos, unas emociones y un proceso que también hay que tener en cuenta y valorar.

Aunque no se vea, tras cada objetivo, logrado o no, hay un montón de habilidades puestas en práctica. Aprendizajes completados gracias a errores cometidos, conversaciones difíciles afrontadas, pequeñas decisiones que pasaron desapercibidas, límites puestos, dudas, miedos, retos…

Es decir, tras cada objetivo hay un esfuerzo, que, aunque no sale en las tablas Excel, es el que sostiene los números que en ellas aparecen.

Por eso, en este momento, te invito a que, en lugar de centrarte únicamente en los resultados, mires a las personas.

  • Te mires a ti como líder o manager de un equipo.
  • Mires a aquellos que trabajan contigo, aquellos que te siguen y a los que lideras,
  • Mires a todos los que te rodean, aunque no formen parte del equipo que gestionas.

Porque son todos y cada uno de ellos los que están haciendo posible que esos resultados planteados, hace ya un tiempo, se hayan podido alcanzar. Y si no ha sido así, míralos también a ellos para ver qué ha podido fallar.

Porque, un buen liderazgo se caracteriza por hacer algo muy simple, pero que no siempre resulta fácil: ver a las personas.

Y esto, implica escuchar sus necesidades, validar sus emociones, reconocer la evolución que están teniendo, celebrar sus avances y crear un entorno que les permita equivocarse.

Un entorno en el que puedan probar sin que esto les suponga una amenaza. Porque, solo así, los equipos pueden mejorar. Y, con ellos, los resultados obtenidos.

En el crecimiento, no todo se puede cuantificar.

¿Cómo darle un valor numérico al crecimiento que ha supuesto para una persona mantener la calma en momentos de máxima tensión?

O, ¿qué valor tuvo el que consiguió poner un límite y decir no? ¿Cómo cuantificar lo que supuso para alguien reconocer un error y buscar la forma de arreglarlo? ¿O dar lo mejor en el trabajo mientras sostenía problemas personales?

Estas variables no se pueden medir, no se ven. Sin embargo, forman parte del proceso que ha llevado a la consecución de unos resultados.

¿Cómo medir la paciencia, la resiliencia, la perseverancia, el valor y el acompañamiento?

Quizás no con números, pero si con el reconocimiento a todo ese camino. Los equipos no solo se fortalecen por los números, sino por sentirte vistos y valorados.

Porque, el liderazgo que reconoce a las personas es que el que construye equipos comprometidos. Es el liderazgo que deja huella y el que mejores resultados consigue.

Cuando se trabaja solo, o no se tiene a nadie que reconozca tu esfuerzo, también es importante y necesario saber cómo valorar el desempeño realizado con la idea de lograr los objetivos buscados. Si ese es tu caso, a continuación te dejo mi pequeño decálogo para identificarlo y valorarlo como merece.

Decálogo para aprender a valorar tu propio esfuerzo

1. Reconoce lo invisible.
Piensa en todo ese esfuerzo silencioso que no aparece en ningún informe pero que sostuviste a lo largo del tiempo fijado para conseguir resultados.

Puedes preguntarte, ¿qué parte de mi esfuerzo ha quedado “invisible” para los demás, pero fue importante para mí?

2. Valida tus emociones.
Reconoce cómo te has sentido en los momentos clave y date permiso para honrarlo.

¿He escuchado mis necesidades y las de los demás sin juzgarlas? ¿He valorado mis pequeños logros? ¿Puedo identificar alguna habilidad que he fortalecido a lo largo de estos meses?

3. Celebra tu evolución, no tu perfección.
Identifica en qué has crecido, aunque no lo hayas hecho “perfecto”.

¿He reconocido los avances, aunque no hayan sido perfectos? ¿Qué he logrado y pensaba que no sería capaz?

4. Agradece tus pequeños avances.
No todos los pasos fueron grandes, pero todos te movieron.

¿De qué me siento realmente orgulloso en este punto? ¿Qué quiero agradecerme en este momento?

5. Aprende de tus errores sin castigarte.
Mira qué te enseñaron y cómo te transformaron.

¿Qué errores he cometido y qué he hecho para repararlos? ¿He permitido que fuesen parte del aprendizaje o me he juzgado en exceso?

6. Reconoce tu resiliencia.
Valora las veces que te levantaste. Incluso, cuando costaba.

¿En qué momentos he sido resiliente cuando las cosas se complicaban? ¿Cuándo he seguido adelante a pesar de las ganas de tirar la toalla?

7. Pon en valor tus límites.
Reflexiona sobre los límites que aprendiste a poner (o que aún te cuesta mantener).

¿Qué límites he aprendido a poner, y cuáles me cuesta mantener? ¿Cuándo he sido más paciente? ¿En qué momentos he mantenido la calma, pese a lo tenso de la situación?

8. Celebra tu coraje.
Reconoce las decisiones difíciles que tomaste para cuidarte o avanzar.

¿Qué decisiones he tomado pensando en mi bienestar, aunque hayan sido difíciles? ¿Qué he aprendido de mi que no sabía hace un año?

9. Agradece a quienes te acompañaron.
Piensa en las personas que te sostuvieron, te escucharon o te hicieron el camino más ligero.

¿A quien quiero agradecer algo justo ahora en este momento? ¿De qué manera puedo mostrar mas reconocimiento hacia mi entorno?

10. Mírate con humanidad.
Pregúntate qué necesitas agradecerte, dejar ir y llevar contigo para los futuros meses.

Honrar tu esfuerzo es una forma de autocuidado.
Honrar el esfuerzo de los demás es una forma de liderazgo.

Me despido por hoy agradeciéndote que hayas leído esta publicación. Y recordándote que aquí me tienes si crees que puedo ayudarte tanto a ti como a tu equipo a ofrecer su mejor versión. Siempre es el momento perfecto para iniciar el camino que lleva a un cambio efectivo. ¿Comenzamos?

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